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 b i o g r a f í a s.

       L a r g a.       
       
C o r t a s.
      
      
    

 

 

Yo era una persona normal hasta que en séptimo de EGB gané el concurso de cuentos de mi clase. Me regalaron una pelota de goma que se pinchó en el cactus de la vecina del 1º-C y un juego de tres en raya magnético. “Sigue así”, me dijeron, como si fuera novato. Pobres, no sabían que llevaba escribiendo en secreto desde cuarto.

Lo del tres en raya no me interesó, pero gracias a aquel concurso descubrí muchos misterios de la vida. Por ejemplo, que la pelota pinchada se hinchaba milagrosamente después de un tiempo al sol y que las palabras por dentro son mucho más de lo que parecen.

 Tiempo después empecé a contar las historias también de viva voz, pensando que era lo mismo que escribirlas. Tras varios coscorrones comprendí que son dos formatos muy distintos aunque, eso sí, de una misma literatura verdadera.

 Ahora voy por el mundo así, habitado por las historias, persiguiéndolas todo el rato. Trabajo de eso, recorriendo este país, por bibliotecas, teatros y antros nocturnos, contando a los niños cuentos de espantapájaros, estrellas y peces abisales, caracoles aventureros, gatos miedicas, monstruos populares... y los adultos cuentos también, pero de otras cosas. Y cuando leo mis invenciones a Patricia y a Flipi o se las cuento y veo que se ríen o se erizan me doy cuenta de que mereció la pena presentarse a aquel concurso, sí señor.

CLIJ. nº218. Septiembre 2008.

 

 

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